I. La ventana

Observa una paloma. Desde su ventana, hoyo oscuro en el frente verde de la casa, ella observa una paloma. Observa una paloma paseando cual equilibrista, lentamente, pacientemente, sobre el cable de luz. Examina el terreno, se pasea, lo recorre un par de veces más. Lo usa para observar al resto de la ciudad, y luego se va. Le gusta creer que la paloma que verá al otro día será la misma, pero en realidad sabe que no volverá a verla más.

Cinco minutos. Ha perdido cinco minutos del día observando a una paloma, una inútil actividad al borde de la ventana, que, sin embargo, desearía no tener que dejar nunca.

Cinco minutos. Llegaron por mí. Sonrisa fácil, natural. Me voy.

II. Ajedrez

Existen ciertos placeres no naturales, artísticos o intelectuales de los que Susy puede disfrutar: la música, una película – sin mayores procesos mentales pero sin subestimarse-, un libro eterno al borde de la mesa de noche o su ventana.

El ajedrez no es uno de estos placeres. Susy entiende las reglas del juego, pero no entiende, ni entenderá jamás, como mover las fichas.

III. Breve descripción de la vida cotidiana de una chica cotidiana

6.00. Abre un ojo. Borroso. Apaga el también borroso sonido del despertador. Demora en apagar la luz que entra por el ojo.

6.30. Abre un ojo. Borroso. Abre el otro ojo, se aclara la vista del primer ojo, tarda un poco más el segundo ojo. Cierra ambos y se hunde en el almohadón de su cama.

7.00. Levanta la cabeza y abre ambos ojos a la vez. Nada borroso, solo algo luminoso y mareado. Levanta el cuerpo y se sienta con lo pies colgando desde la cama. Hace un poco de frío. Pueblo Libre, o Magdalena, o San Miguel. Así es la cercanía del mar. Balancea los pies. Hace frío. Balancea el cuerpo. La vista no es borrosa pero ha vuelto al ángulo de noventa grados proporcionado por su posición horizontal sobre la cama. Se cubre. Quince minutos.

7.15. Despertador. Susy. Se levanta, no mira al piso. Es baja, no mucho. Toma un par de jeans, una camiseta del armario y una entre las que suelen amanecer sobre una silla de madera al lado de la ventana. 21 años. Ducha. Fría.

7.30. Vestida. Se sienta en la cama: medias y zapatos. Es alta, no mucho. Tira la toalla que lleva en la cabeza sobre la cama. Busca un libro entre la toalla y las sabanas y lo mete en el bolso. Busca un cuaderno sobre su escritorio, ordenadísimo, un par de lapiceros y una casaca ya lista en el mango de la silla. Abre la ventana. Un poco de frío. Un poco de aire.

7.35. Ventana.

7.40. Sonrisa fácil, natural. Se va.

7.42. Primer piso, baño de visitas, espejo. Ordena su pelo, negro, largo, lacio y coloca su cerquillo en el lugar todos los días indicado por el espejo. Leve cambio en la tonalidad del color del gancho.

7.45. Camina con un paquete de galletas de soda en la mano rumbo al paradero.

7.59. En el espejo de la combi cambiamos de ganchos. Define su visión del día. Pero aun no llega a clase.

Llegara tarde a clase? en realidad no interesa, ninguna clase empieza a tiempo realmente, y todas tardan aproximadamente veinte minutos en llegar a algo interesante. Día entre clases, copias, conversaciones escuchadas, conversaciones no escuchadas, tintineo de cubiertos y platos en la cafetería, voces, hojas, viento, voces, muchas. Un par de minutos dedicados a la observación de mariposas e insectos y dos mas a la soledad de tu mente mientras caminas de sala a sala. El resto no es silencio.

Sonrisa fácil, natural, siempre.

La sonrisa siempre es fácil. Debe ser una reacción a la presencia irremediable de la gente, como cuando los cachorros dejan de llorar ante la presencia aun indiferente de los amos. Y la voz, una emisión natural ante las voces de todos.

Día completo, suficientes horas de estudio, horas más de conversación para llenar un estudio de grabación, algunos minutos hablados por celular y minutos más invertidos en la síntesis de la mensajería móvil. Si hay algo que le importa a Susy es mantener siempre un infinitamente mínimo nivel de silencio.

9.00. pm Abre un ojo, borroso. Mira su colectivo venir. Y continúa.

IV. La noche

Es aquí donde se presentan las variantes. Son nulas las noches de silencio. Pocas las noches de televisión. Un poco mas las noches de cine. Un tanto mas las noches de amigos en casa de algún amigo de un amigo, con algo de tomar y poco de comer. Son mas las noches de amigas en casa alguna de ellas, con mucho de comer y casi nada de tomar.

Estas últimas son las noches que más gusta cuando son interrumpidas por alguna llamada, ya sea por la posibilidad de comentar la llamada o por la posibilidad de que sea una señal de huida no comentable interpretada por la voz de Mariano. Es en estos casos que Susy rompe la rutina. Escucha a Mariano. Acepta el silencio.

V. Mariano

Mariano es un nombre muy poco común para alguien que a su consideración podría llamarse de manera un tanto más común, resultando así un poco más interesante. Mariano es un nombre bonito para una situación que Susy considera más que bonita necesaria. Mariano es la proximidad. Es el silencio. Es la proximidad del silencio.

Mariano podría tener en realidad algún nombre que no le gustara, como Julio, o Cristian, o Mario o Juan o José, o alguno de esos nombres del chico que arregla el cable cuando no andan bien los 74 canales que paga. Mariano podría tener talvez un nombre como el suyo, para que fuera él quien recibe los comentarios estúpidos y no ella. Ella podría tener otro nombre. Pero es él quien hace los comentarios estúpidos y no ella.

Ella solo queda como estúpida frente al espejo, pero eso a nadie le interesa.

A veces desearía que Mariano fuera un poco menos aceptable. Que no supiera quién es Sabina mejor que ella, aunque sea ella quien tiene los discos completos y va a los conciertos. Que no supiera quién es Sabina sin la pose de quien sabe quién es Sabina.

Susy quisiera que no mirara su colección de novelas para niños desde la cama de su habitación, que nunca hubiera disfrutado ni de Tom Sawyer ni de Oliver Twist, aunque ella disfrute más de Mujercitas o La Princesita. Tal vez así sería más fácil dejar de verlo. Tal vez así no esperaría nada de él y le sería posible subir a su moto de quinta cada vez que se encuentran.

Pero no es así. Mariano, tal vez por llamarse Mariano y no Julio, o Cristian, o Mario o Juan o José, le resulta interesante. Le despierte las ganas de que un día quiera quedarse, y logre hablar mas allá de sus tres monosílabos de mínima comunicación humana.

Mariano es silencio. Es la proximidad del silencio.

Cuando ella encuentre el silencio en sí misma, o en la comodidad de los brazos de alguien, Mariano no será necesario. Ella lo sabe. Por eso siempre se aburrirá de Mariano, de Julio, de Cristian, de Mario, de Juan y de José, o de algún nombre bonito un poco mas interesante.

Por ahora Mariano le parece interesante, y aún espera algo de él.


VI. Pizza

22 años. Cuelga con fuerza el intercomunicador. Realidad. Regresa de la cocina a la sala.

Susy: Que horror de gente, caray. Ya mi madre llamara a quejarse.
(Mariano entrega pizzas y ha llevado, gran broma, una masa sin cocinar)

Amiga: Ya ves, te dije que cocinaramos acá.

Sonrisa fácil, natural.

7.40 am. Ventana.

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