En el principio las voces de los niños se confunden con el sonido del agua. En un instante las luces se apagan, las risas callan y sólo queda la oscuridad. En medio del silencio, una mirada inocente y vivaz adquiere la forma de una pequeña niña de cabello negro y camisola blanca. La niña se abre paso y observa tras el follaje a una joven guerrera que alista su cuerpo para la batalla. Tras ella, sobre un escenario, se inicia una danza iluminada, hombres y mujeres bailan y aumentan en número al compás de una música invisible. La joven guerrera y su ejército pelean una la batalla sobre la nieve. Dejan gotas de fresa por doquier. La niña observa inmóvil la escena. Llamaradas de fuego comienzan el ritual. La inmensidad de las montañas cubre con su silencio al ejército de mermelada fresca, doliente. La guerrera continúa hasta vencer. La niña asombrada voltea la mirada, sus ojos se topan con un follaje más claro que, de manera atrevida, decide cruzar. Todo es verde al ritmo de esta música invisible. Doncellas de paso leve y vestidos de blancos llenan el escenario. Sobre el campo de cielo azul brotan casas blancas de madera que reciben con el abrazo de una mujer a los hombres que vuelven de la guerra. La niña observa al lado del padre a la joven que cubrirá con frazadas el resto de sus noches. La niña voltea y ve bailarinas tras ella.

La voz del piano la despertó por la mañana. A su lado duermen aún sus pequeños hermanos con pijamas de algodón, y es su madre la que entra con las tostadas y la leche del desayuno anunciando que la profesora de piano ya espera por ella. La niña abre los ojos, mira a la madre y se oculta bajo las sábanas para continuar la danza.

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