(de junio o julio, desconozco el año)

Siéntate en la rotonda. Deja tu bolso a un lado, caliéntate los brazos casi abrazándote, frotando la lanilla de tu saco a falta de quien te pueda abrigar. Frota las palmas de las manos la una contra la otra. Respira, exhala el humo blanco, dióxido de carbono sobre la oscuridad. Quitarse los guantes de lana demasiado chicos y coloridos para cualquier lugar. Cámbialos de lugar de tu lado al bolso y viceversa hasta dejarlos sobre tu regazo. Saca el encendedor, los cigarrillos de a diez en cajetilla de veinte. Abre la cajetilla, saca el cigarrillo, observa el que está volteado por ese deseo que nunca se cumplirá. Pequeña ráfaga de viento sobre tu cuello, el frío de la universidad. Arruga la nariz, frío infantil del minuto de soledad. Dedos fríos. Labios cálidos. Acerca el cigarrillo, préndelo en tu batalla entre el frío, el calor, el fuego y las ganas de fumar. Mente en blanco que se aclara, escuchar de conversaciones lejanas, tímidas, ininteligibles, murmurar. Humedad. Lo sabes todo, no sabes nada. Aspirar por la letra mágica del final. Humedad. Desvanecer el cigarro en el aire. Desvanecerte tú. Lluvia que no llega. Ganas de alguien. Ganas de que alguien sepa que tuviste un cigarro en los labios. Ganas de saber el chocolate que comió ese alguien, o el sabor exacto de su pasta dental. Ganas de saber hace cuanto salió de su casa y se mezcló con la ciudad. Humedad recién bañada. Parpadea. Pestañas frías. Humo en tus pestañas frías. Amargo. Pucho. Pucho al levantarse, pucho después de almorzar, pucho al caminar, pucho al conversar, pucho de última mirada en tu ventana. Y sin embargo eres un cristal frágil. Pucho sostenido por una mano que tiembla al fumar. Como la primera vez siempre. Como si fuera esta noche. Última pitada. Última esperanza de ver a quién sabe que el cigarro es sólo para fumadores. Última esperanza del beso que te quite este sabor amargo de los labios. Frío. Exhala una vez más. Humo blanco. Gota de lluvia sobre la nariz. La lluvia siempre tarda en llegar.

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